martes, julio 08, 2008

La vida enfrente

Mi vecina de enfrente ha adoptado una niña ucraniana para pasar el verano en casa.
La historia empieza cuando la niña cuenta que su abuela es médico, lo cual hace levantar las sospechas sobre qué tipo de niños traen a pasar el verano. No tengo pruebas que exponer, sencillamente el rumor que corre sobre la existencia de una mafia de amiguetes que cuelan a sus hijos, privilegiados, para venir adoptados a pasa el verano, de gratis, mientras aprenden un nuevo idioma. Mientras, los niños pobres siguen muriéndose de hambre, tristes en un orfanato o en una casa sin medios.
La susodicha había venido ya tres años a España con la misma familia que ante la actitud caprichosa, pedigüeña y celosa con su propia hija decidieron no volver a adoptarla. Y así cayó en manos de la casa de enfrente donde sigue comportándose igual.
El otro día exigía chicles, ella no pide, exige, según ella porque se marea en el coche y los necesitaba, se los compraron. Cuál fue la sorpresa de su madre adoptiva cuando en un solo día no quedaba ninguno de los 15 que le había comprado. No sé si hace falta decir que al día siguiente la niña exigía chicles nuevamente. Lo mismo con la comida que le gusta, es un saco sin fondo que pide sin parar.
Cuándo no se le da lo que quiere, llora y patalea hasta que lo consigue.
Vio los encierros de San Fermín e hizo saber que al día siguiente quería verlos. Los inocentes de sus padres, la despertaron a las 8 de la mañana y la pusieron delante del televisor. La niña empezó a patalear porque lo que quería era que la llevaran a Pamplona a verlos en vivo que no es lo mismo que verlos en directo.