lunes, mayo 24, 2010

... y se hizo el corte

Y me corté el pelo. Esta vez, no casualmente, elegí un local acristalado para poder desviar la mirada al terror de saber que una vez más me encontraba a solas con una peluquera y sus tijeras. Pasó un hombre ciego fuera, ya mayor pero con poca destreza. Inevitablemente pensé que se trataba de un un nuevo invidente y me pregunté si yo sería capaz de salir a la calle, de vencer el miedo inquietante a no ver sabiéndote absolutamente desnudo al mundo. Salir a la calle sin importar nada más que tú y tu bastón y afrontar el reto de desplazarte en el espacio y el tiempo sabiendo que no sólo paseas sino que te enfrentas a cada paso. Y encontré así el compromiso ausente en este corte de pelo. El ritual obliga a que cada carnicería del pelo vaya acompañada de un reto y aunque no estaba en mi mente cuando entré sí lo estuvo al salir; quería ser capaz de salir a la calle y enfrentarme a cada paso desnuda ante quien pueda ver más allá de lo que puede caber en este corte de pelo.

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