Camino a casa paso por un puente, en realidad paso por debajo de él ya que la carretera principal baja para sub-pasar otra que queda por encima. Por cierto que se parece mucho al puente de París en el que murió Lady Di y me hace pensar muchas veces sobre las teorías de conspiraciones en la muerte de la princesa, creo que ese tipo de pasos subterráneos tienen peligro por sí solos, no considero necesario conspirar para no salir de él con vida. En el tiempo que lleva construido he visto ya unos cuantos accidentes provocados por exceso de velocidad en una curva limitada por unos muros de hormigón macizo.
Hace ya unos días, exactamente desde que volví de Francia, que veo unos restos en un punto de esos muros de hormigón acompañados siempre de ramos de flores y cirios a veces encendidos.
Nos quedamos siempre en los daños, la naturaleza humana todavía no es capaz de gestionar el dolor y recoger los escombros. Cuando sufrimos un atentado nos empeñamos en dedicar más esfuerzo a recoger e identificar los cadáveres que ha reformar el lugar y la causa que lleva a los destrozos. Me pregunto si el ser humano es educado en su formación como persona para el rencor y no para la solución. Ayer escuché hablar por televisión al señor Broseta, hijo de un asesinado por ETA. Es la primera y única vez que me he emocionado escuchando a una persona con condición de víctima del terrorismo. Sus palabras fueron muy claras: "estaría dispuesto a acercar a los presos a sus familias, estaría incluso dispuesto, a ver en libertad a los asesinos de mi padre si eso puede conseguir que nadie pase por lo que ha pasado mi familia".
No me conmueven las víctimas que se rehogan en su propia miseria, quienes no atienden a razones y escuchan siempre desde el dolor.
Hemos de conseguir que los restos no sean signos de veneración que nadie vuelva a estrellarse en ese puente y no vuelvan a verse ramos ni velas. Quitar los escombros ayuda a que nadie tropiece con ellos.
Hace ya unos días, exactamente desde que volví de Francia, que veo unos restos en un punto de esos muros de hormigón acompañados siempre de ramos de flores y cirios a veces encendidos.
Nos quedamos siempre en los daños, la naturaleza humana todavía no es capaz de gestionar el dolor y recoger los escombros. Cuando sufrimos un atentado nos empeñamos en dedicar más esfuerzo a recoger e identificar los cadáveres que ha reformar el lugar y la causa que lleva a los destrozos. Me pregunto si el ser humano es educado en su formación como persona para el rencor y no para la solución. Ayer escuché hablar por televisión al señor Broseta, hijo de un asesinado por ETA. Es la primera y única vez que me he emocionado escuchando a una persona con condición de víctima del terrorismo. Sus palabras fueron muy claras: "estaría dispuesto a acercar a los presos a sus familias, estaría incluso dispuesto, a ver en libertad a los asesinos de mi padre si eso puede conseguir que nadie pase por lo que ha pasado mi familia".
No me conmueven las víctimas que se rehogan en su propia miseria, quienes no atienden a razones y escuchan siempre desde el dolor.
Hemos de conseguir que los restos no sean signos de veneración que nadie vuelva a estrellarse en ese puente y no vuelvan a verse ramos ni velas. Quitar los escombros ayuda a que nadie tropiece con ellos.
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